martes, 3 de diciembre de 2013

Mi Hermano, "El Negro "



Hace calor.
Mi mamá está impaciente.
En cualquier momento nos pasan a buscar y ella está terminando de acomodar las pocas pertenencias que tenemos al lado de la puerta.
Yo mientras tanto cuido de mi hermanita, para que no se vaya a la calle, y aparte de que no se vaya ahogar por la persistente tos que desde hace unos días la tiene a mal traer.
Por fin a media tarde llega la camioneta y mi mamá se apura a cargar las cosas.  
En esa época estábamos viviendo sobre la calle  Canadá en el barrio Quintú Panal, en lo que hoy vendría a ser entre las calles Belgrano y Buenos Aires (En esa época la Buenos Aires se llamaba Padre Nazario)
El que nos pasa a buscar es un turco de apellido Silfeni, dueño de un campo cerca de Aguada Guzmán, allá por la línea sur rionegrina.
Aguada Guzmán actualmente sigue siendo un pequeño caserío a unos 40 ó 50 kms de Cerro Policía, después de pasar El Maruchito.
El Pancho estaba allá desde unos cuanto días, por que el turco lo contrató para que se haga cargo de su campo, en un lugar que se llama El Algarrobo.
Así que después de vivir un poco tiempo en Roca ha llegado el momento de volver a partir.
La camioneta toma un camino de tierra por entre medio de las chacras y encara hacia la balsa que está en lo que se llama Paso Córdoba en el Río Negro.
El actual puente que cruza el río recién se inauguraría en 1970.
El turco antes de pasar el río para en un almacén y compra un paquete de galletitas Criollitas, así que si tengo suerte seguramente me va a convidar alguna.
La camioneta va bastante cargada, por que el turco lleva otras cosas para el campo.
Adentro de la cabina vamos cuatro, el turco, mi mamá, Marita y yo.
Viajar hacia esos lugares actualmente sigue siendo por  momentos una odisea por lo malos que son los caminos de tierra, así que imagínense lo que era en aquellos tiempos.
Yo de todas maneras estaba “chocho”, por que creo que era la primera vez que viajaba en un vehículo.
Antes había viajado alguna vez en tren, otras en unos colectivos viejísimo, que no solo eran lentos e incómodos, si no que siempre iban recontra llenos, por lo que casi siempre viajaba parado.
Y la vez que viajamos en algún camión, fue en la caja entre medio de un montón de mercadería o entre los fardos de lana, así que para mi este viaje era como tocar el cielo con las manos.
Creo que todo el viaje fui mirando al turco como manejaba y ponía los cambios.
Ya era de noche cuando llegamos a Cerro Policía.
El turco encaró directamente así una de las pocas construcciones que había de material, ya que casi todas las otras casas que se encuentran desperdigadas por los faldeos de la barda eran de adobe
Ese lugar al que llegamos era la salita de primeros auxilios, y allí vivía un matrimonio que eran los encargados.
Esa noche comimos y nos quedamos a dormir en ese lugar.
Todavía estaba oscuro cuando sentí unos ruidos y unos quejidos.
Medio entre dormido vi unas personas que caminaban nerviosos por las pequeña casa.
Vi que a mi mamá la llevaban hacia otra parte de la casa, mientras me recomendaban que cuidara a mi hermanita, la que había tosido casi toda la noche.
Yo no sabía muy bien que era lo estaba pasando, pero ya no me pude dormir más y solo atinaba a abrazar a Marita y a ponerla boca abajo cuando empezaba a toser mucho.
Después de un rato escuché unos llantos.
No se bien cuanto tiempo paso, hasta que me llevaron hasta donde estaba mi mamá.
Estaba acostada y a su lado tenía un pequeño bulto envuelto entre unas sábanas.
Era un 3 de diciembre por la madrugada y había nacido mi hermano.
Esa mañana nos separamos de mi mamá y mi hermanito recién nacido, porque ellos se tenían que quedar unos días en la sala de primeros auxilios.
El turco siguió viaje hacia su campo y nos llevó con el.
Pero no nos llevó donde estaba el Pancho, si no que nos dejó a mitad de camino en un lugar que se llamaba “El Repunte”, pero eso ya es otra historia.
 Lo que hoy quería recordar era el nacimiento de mi hermano, “el negro”Héctor Adrián Ruiz, para más datos el papá de Adriancito y de Malena

jueves, 21 de marzo de 2013

El Peti, Guitarrero y Cantor



Guitarrero, con tu cantar me vas llenando de luz el alma, porque tu voz temblando está, corazón adentro de la farra.
Si alguna vez el tiempo calle para siempre, tu guitarra, sobre tu suelo irá el viento quebrando maderas de jacarandá. Adiós... adiós guitarrero, tu viejo sendero que rumbo h'ai tomar. JUAN CARLOS ZAMATEO
Entre a la habitación y casi que no lo reconocí
Pequeño, extremadamente delgado y el pelo todo blanco perdido entre las sabanas en esa habitación de la clínica Juan XXIII.
Me miró y aunque hizo un esfuerzo no me reconoció.
-                      -   Soy Carlitos, el hijo de la Lola.
-                       -  Ahhh,  Carlitos, pero que cambiado que estás.
-                       -    Es que han pasado mas de cuarenta  años tío , los dos estamos muy viejos.
El que estaba postrado en la cama era un hermano de mi mama, “ el peti “ , quien sin ninguna duda forma una buena parte de mi niñez.
Guitarrero el, Trovador de  las larguísimas  noches de inviernos muy fríos. Sin duda mas fríos que los actuales
Aun me acuerdo en esos lluviosos atardeceres en el barrio Quintú Panal en la pequeña casa de adobe, cuando lo único que le ponía alegría y calor a nuestra vida era el rasguido de su guitarra.
Quedaron en mi memoria aquellas viejas canciones de nuestro folclore que entonaba a toda voz, muchas veces acompañado por el alcohol que le supo ganar mas de una partida.
Barrio de calles de barro y perros de andar cansino.
¿ Años ? allá por el sesenta y tres, el de la muerte de Juan XXIII .
         - No, no, no le puedo alquilar esas piezas, en cualquier momento se pueden caer, el adobe esta todo comido.
Eso le dijo a mis viejos aquel chileno dueño de esas pequeñas piezas de adobe que estaban en el fondo del gran terreno, que se sabia donde empezaba, pero no donde terminaba. Al patio trasero llegaba hasta alla, donde comenzaban los yuyos que querían invadir la calle cercana a la ruta22
Mi viejos insistieron y el chileno accedió 
 – Está bien, yo se las alquilo, pero si pasa algo no me hago cargo.
Y allá fuimos en ese comienzo de otoño lluvioso con nuestras pocas pertenencias que entraban  en una carretilla.
Se había terminado la cosecha en las chacras y hubo que abandonar aquel viejo colectivo destartalado y sin ventanillas donde nos habíamos refugiado y que estaba debajo de un sauce llorón, al costado de una acequia en el fondo de la chacra donde mis viejos habían trabajado en la cosecha ese verano después nuestra llegada presurosa desde Cerro Policia .
La construcción sobre la calle Canadá del barrio Quintú  Panal, constaba de dos viejísimas habitaciones de adobe, piso de tierra y sin luz, sin gas y sin agua corriente, la que íbamos a buscar con baldes hechos de lata de aceite a una canilla publica que había en una esquina. El pequeño baño estaba en la parte de atrás y era solo un pozo semi tapado por maderas, y con una desvencijada puerta que había que hacer malabares para que no se caiga cuando entrabamos en el.
Uno de las piezas la usamos de dormitorio y la otra quedó para la cocina.
¿ cuantos eramos ? cuatros, mi viejos, mi hermanita que aun no caminaba y yo,  a lo que había que agregarle mas que ocasionalmente alguno de los hermanos de mi mama. El pety, cotela y durante un tiempo el tungo, los cuales iban y venían.
Allí cerca también alquilaba una pieza el otro hermano de mi mamá, Ricardo, quien después se traslado a Villa Obrera.
En la misma cuadra también estaba una hermana de mi viejo, La Salvia, que estaba casada con Domingo y tenían dos hijas, Ines y Edith que eran mis compañeras de juego. También estaba Juan Carlos que era hijo de la Salvia, pero no del Domingo. El era un poco mas grande y nunca hubo mucha amistad, por que no me gustaba su forma de ser
Los primeros días mi mama cocinaba en un fogón que había hecho en el suelo. Eran unos ladrillos sueltos, un par de fierros arriba para apoyar la pava o la olla y maderas abajo que alimentaban el fuego.
Ahí cerca había un chileno de apellido Navarrete que tenia una “chata” tirada por un caballo blanco al que mis viejos le compraban cantoneras de álamo que nos servia no solo para cocinar, si no también para calefacionarnos
A los pocos días de estar ahí,  mi viejo consiguió un tambor de chapa, lo cortó y con eso “fabricó” una cocina, así que ya no nos ahumábamos tanto.
Se dice siempre que la pobreza no viene sola, si no que también trae alguna que otra desgracia.
Aunque esta desgracia que les voy a contar mas que dramática, fue graciosa.
Al anochecer de uno de los primeros días mi mamá puso la pequeña olla sobre el fogón y comenzó a hacer un guisito. Como había comenzado a hacer mucho frio no sentamos todos alrededor del fuego para recibir un poquito de calor, pero mi tió Mario, a quien le decíamos Tungo ( nunca supe por que ) cuando se fue a sentar pisó sin querer uno de las maderas que estaban ardiendo debajo de la olla  y le hizo como una  palanca, por lo que esta salió volando por encima de los que estábamos ahí.
¿ como terminó la historia? Mi mamá levantó las cosas del piso, las lavó bien y la volvió a poner en la olla. Era eso, o nada, por que era todo lo que teníamos para comer esa noche.
Mis tíos eran todos guitarreros y cantores, sobre todo el peti, quien tambien tiene en su haber algunas canciones compuestas, que seguramente se han perdido por algún camino.
Siempre me llamó la atención que en las yemas de los dedos de la mano izquierda se le habían formado unas canaletas de tanto tocar la guitarra.
Así que los atardeceres muy lluviosos de aquel invierno, nuestro “ranchito” se llenaba de la música que salía del improvisado conjunto folclórico  de mis tíos, a los que el resto de los componentes de la casa también acompañábamos con nuestras desafinadas voces.
El recital de cada dia era un sinfín de zambas, chacareras, gatos y carnavalitos que nos alegraban las largas y frías noches de invierno.
Al poco tiempo de estar ahí, el conjunto fue ganando en instrumentos, por que Paulino ( al que llamábamos cotela ) se consiguió un acordeón y a eso se le sumó un bombo que fabricó el Tungo.
Lo que aun hoy todavía no logro entender es como entrabamos todos en esa pequeña “cocina” , por que la música siempre atrae gente, así que a todos nosotros siempre se agregaban algunos de los vecinos que al atardecer ya llegaban con sus sillas a disfrutar del “concierto”.
En ese tiempo eso era lo único que nos sacaba de nuestra realidad.
¿ trabajo ? mis pobres padres se rompían el lomo todo el día, y si bien nuestro “capital” era mas que escaso, nunca pasamos hambre.
Mi viejo en ese tiempo una vez terminada la cosecha se dedicaba a hachar álamos junto con mi tío Ricardo por lo que se iban todo los días junto con mi tío Ricardo cuando todavía estaba oscuro, lo hacían caminando a una chacra que no debía quedar a menos de seis ó siete kilómetros de la casa.
Y mi mamá se iba también muy temprano a limpiar casas, y la mayoría de las veces volvía recién al atardecer, por que salía de una casa y se iba a limpiar a otra. Me acuerdo incluso que en un tiempo había conseguido en un par de lugares adonde solo iba a para lavar los platos. Por supuesto la paga era mas que magra. También me acuerdo que le lavaba y planchaba la ropa a unos muchachos que vivían en una casa de al lado.
Yo tendría unos seis años y mi hermanita recién estaba empezando a caminar, así que mi tarea era cuidarla, darle de comer y limpiarla.
Por supuesto que también le dedicaba un buen tiempo al juego con los otros chicos del barrio, abrigaba bien a mi hermanita y la sacaba al patio para poder vigilarla mientras yo jugaba en el inmenso patio que había delante de la casa.
Ese año no fui a la escuela ya que recién pude empezar en la vieja escuela N° 32 a los siete años.
¿ cuanto tiempo estuvimos ahí ? la verdad es que creo que apenas fué un poco mas de un año, pero de ese lugar me quedaron recuerdos inolvidables que me volvieron a la memoria cuando lo vi al Peti en esa habitación del sanatorio. Aquel día también al salir del sanatorio lo encontré a mi  tío Paulino a quien tampoco veía desde que yo era un adolescente.
 En cuanto a Mario que actualmente vive en Cerro Policia no lo he vuelto a ver hasta el día de hoy.
Al Peti esa fue la ultima vez que lo ví, unos días después cuando ya estaba un poco mejor se fue de nuevo al campo donde vivía cerca del El Cuy, y a los pocos meses nos enteramos que había fallecido.
Hoy que lo recuerdo en estas líneas quiero guardar en mi memoria su imagen cuando todavía era muy joven y la guitarra era su gran compañera.
Seguramente en algún lugar hay una guitarra con las cuerdas vestidas de luto.

Carlos Ruiz