lunes, 7 de febrero de 2011

El Nuevo Viaje ( ó el nido vacío )

La rutina de siempre, pero no es un día más.

Seis de la mañana, suena el despertador, la ducha como todos los días, la pava en el fuego, sacar los vehículos del garaje, despertar a Graciela, el mate amargo, el diario Rio Negro.

Parece un día más, pero hoy va a ser un día distinto a todos.

Hoy nuestra vida va a cambiar para siempre.

Hoy nuestra familia sufrirá un cambio, y será un cambio que nunca vamos a olvidar.

No será para mal, pero nunca más nuestra vida volverá a ser igual.

Uno de los nuestros hoy empieza una vida nueva, llena de expectativas, esperanzas e ilusiones.

Hoy uno de los nuestros va a partir.

Y como siempre sucede cuando alguien parte, todo el dolor y la nostalgia es para aquellos que se quedan.

No se irá muy lejos ni tampoco lo hemos perdido para siempre, pero ya no va a vivir más con nosotros.

En mi caso lo seguiré viendo todos los días porque trabajamos juntos.

Y la madre también lo pasará a ver unos minutos al trabajo, pero para los hermanos será más duro sobre todo al principio porque solo lo van a poder ver de vez en cuando.

Un pedazo de nuestra vida a decidido que ya es hora de partir, de intentar una nueva vida.

Y algo que parece tan simple como eso de irse a vivir solo, a nosotros los padres y hermanos que quedamos nos va a dejar un vacio en la casa que nada podrá llenar.

Seguramente algún fin de semana va a llegar a visitarnos por un par de días ó una noche, pero va a ser solo eso, una visita.

Seguiremos tan juntos como siempre, nos iremos a cenar a algún lado como tantas veces, pero luego cada uno se irá con un rumbo distinto.

Hoy tengo una rarísima sensación mezcla de alegría y de tristeza.

Alegría por el hijo que ha crecido y tristeza exactamente por lo mismo.

Alegría porque le hemos enseñado a volar, tristeza porque sabemos que no le podremos seguir el vuelo.

Hoy seguramente cenaremos en silencio y le tendremos que enjugar esa lágrima rebelde a Graciela que no podrá disimular, como no lo pudo hacer con esa sonrisa forzada que a todos nos causó gracia cuando se enteró que Facundo ya había conseguido departamento.

Los hijos crecen, la vida cambia.

Quisiéramos siempre un imposible: que siguieran chiquitos y que nunca se aparten de nosotros para protegerlos siempre, pero a la vez disfrutamos viéndolos crecer.

Disfrutamos cuando los vemos afeitarse por primera vez, por que se están haciendo hombres. O cuando salen al boliche la primera vez y luego sufrimos cuando alguna madrugada les ha tocado llegar no de la mejor manera.

Nos sentimos orgullosos cuando por primera vez vamos a votar con ellos, porque eso es un símbolo de adultez.

Sufrimos casi tantos como ellos cuando sufren un desengaño amoroso y no sabemos de que manera mitigar tanto dolor, aún sabiendo que eso con el tiempo se les va a pasar pero que hoy por hoy no pueden contener las lagrimas porque alguien les ha roto el corazón.

Los vemos crecer casi sin darnos cuenta y por más que sabemos que esto va a suceder no hay manera de estar preparado.

En estos días casi como si fuera para nosotros le ayudamos a armar su departamento.

La heladera, la cocina, la cama, que compre los cubiertos, que no se olvide del abrelatas y aún menos del destapador.

El viaje llevando el televisor y la play, pero por sobre todo la guitarra, el violín y el atril.

Y la madre que le ayuda a limpiar el departamento y que le ayuda a preparar los bolsos para que no se olvide nada.

Y los consejos de cómo cocinar la carne, el arroz ó los fideos.

Porque en la previa lo vivimos todo con expectativa y una gran alegría al saber que eso es lo que el quiere hacer.

Pero una cosa es la previa y otra muy distinta es cuando ya se va.

Por eso esta mañana cuando salimos juntos hacia el trabajo, no era un viaje mas.

Porque esta tarde ya no volverá con nosotros.

Va a estar acá cerquita, casi a la vuelta de la esquina, apenas a unos cincuenta kilómetros ó a media hora de viaje, pero no va a estar acá.

Hoy comenzaremos a vivir poco a poco el síndrome del nido vacío.

Hoy estoy feliz por mi hijo que creció, pero en el fondo se me ha hecho una arruguita en el corazón.

Buen viaje hijo mío, feliz buena nueva vida.

Simplemente te amo. ( Carlos Ruiz )

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